jueves, 22 de mayo de 2008

Sueño

Cuando el sol se puso en la colina, los Habitantes despertaron y se levantaron lentamente, como cargando un peso adicional a su cuerpo, que representaba los males que los aquejaban.

Donald estaba sentado en una piedra cuando un Habitante se le acercó:

-Cómo estás, joputa.

-Mal, por supuesto. No puedo creer que no se den cuenta.

-Siempre ha sido así, hijo.

-Hmmm… Puede ser.

Hablar con Simple siempre le había ayudado, pero esta vez no.

-¿Sabes algo? Eres un imbécil. Todos ustedes lo son.

-Lo sé.

-Me voy, no lo soporto más.

-Lo sé.

-Por supuesto que lo sabes, acabo de decírtelo.

-Lo sé.

-Mierda – murmuró Donald, haciendo un ademán de resignación. Se alejó por la callejuela más cercana a Simple, que se había quedado jugando al “gato” con un portero. Cuando se encontró con el Profesor de Gimnasia, este le dijo:

-Señor Duck, no tiene permiso para irse.

-Lo sé.

-Genial. – El Profesor se curvó el bigote y se alejó tarareando una melodía horrenda y disonante.

Cuando Donald llegó al borde, el corazón se le oprimió, pero superó el miedo y siguió adelante, cruzando la línea de la pobreza. Los pensamientos que cruzaban su cabeza eran confusos, ya que se encontraba en un sopor poderoso y desconocido. Sentía que hacía lo que debía, no sabía por qué. Cuando se trata de escapar de sociedades bizarras e inexplicables, a veces nuestro corazón nos puede servir mejor que nuestro cerebro. Aunque sólo a veces.

Al otro lado de la línea había un enorme campo abierto y vacío, excepto por una banca. Como sería de esperarse, Donald se sentó y esperó. Al poco rato se divisó en el horizonte a un ancianato, que se acercó lentamente y se sentó junto a él. Se arregló el sombrero en ademán triste y dijo:

-Cómo estás, ñato.

-Los ancianatos no hablan – le respondió Donald.

-Eso te dice tu cabeza, pero ¿no ves cómo destrozo esa tesis sin más argumento que existir?

-Esto es extraño.

-Sin duda lo es, chiquillo. Somos personajes sin definición y sin rumbo, creados por un autor perturbado y enfermo. Ni él ni nosotros sabemos a dónde nos llevará todo esto, quizás a nuestra muerte.

-Definitivamente no quiero morir.

-Ninguno de nosotros, todos estamos a gusto con nuestra existencia.

-Nunca digas nunca.

El ancianato era extraño, sin duda, pero sabio. De pronto ya no estaba ahí y dejó a su paso el olor de seres humanos en descomposición. Donald sentía como si ese apesadumbrado personaje purgara sus penas, las que había adquirido con aquellos extraños seres. Entonces se levantó y andó, y también anduvo, sin rumbo, casi sin conciencia, por veinte días y veinte noches. De a poco comenzó a sentir que no estaba solo. Sospechaba que lo seguían sombras misteriosas, que observaban cada paso suyo “como si de un animal se tratara”, pensó. De pronto se detuvo, y pensó más. “Pero sí soy un animal”. Miró su cola escamosa y sus garras y el hocico largo y las piernas gordas y cortas y se sintió un cocodrilo y fue un cocodrilo. “Es difícil pensar siendo un animal”, pensó. ¿Pero cómo podía estar pensando si era un animal? La respuesta no se hizo esperar.

Donald despertó lentamente, primero, y después también. Se sentó, y miró a su alrededor. No era más que un Habitante más. Una lágrima resbaló lentamente por su mejilla.

El cocodrilo, el sueño, nunca sería olvidado.

FIN.



No hay comentarios: