jueves, 1 de mayo de 2008

Humanidad


Si intentáramos describir a Z, lo primero que saltaría a la luz lo suficiente como para mencionarlo serían sus contornos claramente definidos. Luego, probablemente pensaríamos que hemos perdido la capacidad de ver en colores, pensamiento que, con una ojeada a su alrededor, sería reemplazado por uno mucho más simple: Z no está pintado. Y esto nos llevaría a una conclusión, quizás la que más nos acercaría a una descripción adecuada: Z es un dibujo. Esto, en un principio, parece muy extraño, pero pensando en seguida que vive en un mundo de dibujos, podríamos comenzar a asimilar la idea.

El mundo de los dibujos es un lugar sumamente interesante, y cuna de la triste infancia de Z. Cuando pequeño fue a la escuela local de dibujo, donde intentó aprender a dibujarse a sí mismo y a sus compañeros, en caso de emergencia. Adquirió el ojo de todo dibujo, esa mirada fija, calculadora, que da la impresión de poder captar cualquier imagen, y aprendió a captar cualquier imagen en un abrir y cerrar de ojos. Y dado que los dibujos no cierran sus párpados, esto se transformó en un período de tiempo infinito. Z, a diferencia de sus compañeros, nunca fue capaz de aprender a captar rápidamente una imagen, lo suficiente como para poder dibujarla luego. Esto le creó complicaciones de pequeño, pero nada comparado con las risas de sus compañeros respecto de su extraña manía por dibujar cosas que no existen. No entendían éstos el talento que tenían delante de sus narices, un talento sin precedentes. Y sin duda no se dieron cuenta jamás de que estaba allí. Como todo el mundo de los dibujos.

Z creció junto a su único amigo, Calvin Klein, la única persona dentro de su clase que se maravillaba por los dibujos extraños que él hacía lo suficiente como para mantener la boca cerrada. La compañía de Calvin ayudó, con los años, a que Z desarrollara una impermeabilidad respecto de las bromas de sus compañeros, que poco a poco, sin lograr reacción alguna en su víctima, fueron dejándolo en paz, aunque apartado. Z nunca se interesó realmente por sus compañeros. Solía pasar las tardes solo, junto a un sauce dibujado al estilo hiperrealista, en el que apoyaba su espalda mientras garabateaba en su libreta. Corrían rumores de que su mente no era como las normales, que estaba pensada para algo grande, y que por eso se pasaba todo el tiempo ahí, reflexionando. Un día Z no acudió a clases, y desde entonces nunca más se le vio por las aulas. Se quedaba en el sauce, pensando y dibujando, y Calvin lo visitaba de vez en cuando. Era un dibujo sumamente profundo, a pesar de tener la forma del Pato Lucas muy poco parecido al original con una trompa de elefante en vez de pico, y era amigo de Z por curiosidad. Dedicaba su vida entera a averiguar qué lo hacía tan extraño, y hasta ahora todas las conclusiones que podía sacar indicaban que estaba loco. Pero no se daba por vencido.

Cuando Z cumplió 20 años en la cronología de su mundo (cronología que no tiene relación posible con nuestra contabilidad del tiempo), decidió que estaba listo. Dejó el sauce y llevo su obra a una cabaña abandonada lejana a la ciudad, donde comenzó a practicar con el aire. Calvin le enviaba una carta todos los meses y él le devolvía una de sus creaciones. Z estaba realmente impresionado con los resultados, y convencido de que su plan funcionaría. Estuvo así por diez años más, encerrado, apartado, dibujando, hasta que decidió salir a la calle. Caminó por las aceras cambiantes, ignoró a un juglar que mendigaba insertado en un tubo de PVC, miró el cielo estrellado mientras lo atravesaban máquinas voladoras imposibles, y se detuvo en la Plaza. Y en el lugar donde todos los dibujos se juntaban a pasar el rato, se puso a gritar por atención. Era la primera vez que hablaba en diez años, y el sonido de su voz lo reconfortó. Se sintió poderoso, y la inseguridad desapareció. Comenzaron a congregarse alrededor suyo los dibujos cercanos. Había por ahí un hombre extraño, surrealista, con una nariz que parecía un acantilado y con el cuerpo deformado y sostenido por mondadientes. Había dibujos infantiles, ingenuos y estereotipados, ninfas hermosas de atributos exagerados, ogros de varias cabezas, mujeres gordas posando, y un anciano pequeño y arrugado que gritaba estridentemente, y que parecía curvar el espacio a su alrededor. Y cada vez mas dibujos se acercaban. Y Z habló, y esto fue lo que dijo:

“Hermanos y hermanas de nuestro mundo. Por mucho tiempo he reflexionado sobre nuestra situación extraña. Los sueños que me acosan desde niño muestran un mundo en que los dibujos somos esclavos de la imaginación de extraños seres, que no puedo entender. Muestra como ellos nos crean según sus designios y luego nos desechan, en un mundo en el que nuestra única utilidad es ser observados”.

El público prorrumpió en risas y el estómago de Z se sacudió fuertemente. Esto no estaba planeado…

“Tranquilos, hermanos. No estoy bromeando, este es un tema muy serio que nos concierne a todos. Si se me permite seguir hablando…” Se hizo el silencio: “Les cuento todo esto porque he llegado a una solución definitiva. Demasiado tiempo llevamos siendo esclavos. Es hora de nuestra aniquilación total. ¡Así, los seres extraños no podrán utilizarnos!”

Los ojos de Z dejaron de ser como los del resto. Se enrojecieron y dejaron el plano de los dibujos, convirtiéndose en ojos humanos. Y Z comenzó a dejar de ser un dibujo. Lentamente se convertía en un ser humano, mientras reía histéricamente. Los dibujos exclamaron y retrocedieron, espantados, mientras Z sacaba un plumón de su bolsillo y comenzaba a dibujar algo en el aire. “¡Esta creación los destruirá a todos!”.

Todos los dibujos giraron sus cabezas intentando no ver al monstruo, y cuando Z terminó, nadie se dio cuenta, puesto que él seguía riendo y la aniquilación total no parecía llegar aún. Luego de un buen rato, los dibujos comenzaron a mirar a Z y a su creación, como diciendo “bueno, ¿y?”, y la mayoría comenzó a reir. Suspendido en el aire había un desorden de rayones incoherentes, inmóviles, que pronto cayeron al suelo. Y Z entendió que poseer creatividad no hacía la diferencia si no la convertía en algo realmente peligroso. Y el pueblo de dibujos, furioso por la injuria, se lanzó sobre Z y lo devoró, humano y tal cual era.

Al día siguiente en el mundo de los dibujos todo fue como si nada hubiera ocurrido, y ni una sola lágrima se derramó por Z, mártir incomprendido.

FIN.

1 comentario:

Aribaldo dijo...

te quiero perra...pero tengo una duda...papi? donde esta el funk?