jueves, 22 de mayo de 2008

Mafia

1.

Vientos huracanados sombreaban el borde perfilado del pronunciado acantilado. John Wayne doblaba la esquina de su casa mientras todo sucedía. Los comandos desaparecieron en las sombras antes de que pudiera percatarse de su presencia. Pero cuando entró a su casa, y vio el desorden que habían dejado, no pudo hacer más que gritar. Estaba pasmado, shockeado. Le habían dicho que no se atreverían. Le habían asegurado que no se iban a acercar a su propiedad. Los tenían comprados. A todos. El miedo y el dinero los mantenían a raya. O eso creía, hasta ese día. Los detendría. Estaba indignado, y todos morirían. Cuando Wayne se enojaba, sin duda rodaban cabezas. Y definitivamente, la primera cabeza sería la del Jefe.

Una pieza, de murallas amarillas. Es solo una pieza. Hay cómodos sillones, una cama, unos cuadros, un televisor, un cuerpo, una pistola. Solo una pieza. El muerto es Reed. Se pasó de listo con el primo de Balthorf y lo eliminaron. Pobre ingenuo. Obviamente, no tenía idea de cómo funcionan las cosas en el pueblo. La puerta se abre, entran dos matones. Cada uno con un refresco en la mano, uno, el más corpulento, lleva una gorra.

-Hey, Reed, ¿dónde diablos guardas la comida? Ah, cierto. Estás muerto, te matamos. ¿Qué se siente estar muerto? Hace gracia, ¿no? Un descarado trata de seducir a tu mujer en un restaurant, y faltó sólo que no supieras quién era, que lo insultaras, para que te matáramos. La vida no es fácil, no señor, y en este pueblo aprendes las reglas primero y actúas después.

-Cállate de una vez, Don, y quítate esa estúpida gorra.

-No te atrevas a insultar a mi gorra, Mike, ya sabes cómo funciona. No te metas con mi gorra.

-Está bien, lo siento. Me alteré, ya sabes cómo es esto. Creo que deberíamos reportar el éxito de la misión. Usa su teléfono, no creo que lo vuelva a necesitar.

-Qué ingenioso, ¿verdad Reed? No lo volverás a necesitar. No lo creo. ¿Aló? Si, jefe, todo bien, ya está muerto. Bien, lo veremos luego. Adiós.

De la casa de Reed salían dos sombras oscuras, se encaminaban hacia un auto. Suben. Al momento de prender el motor, el auto vuela en mil pedazos.

Un hombre sentado en un parque, lee el periódico. Lleva un abrigo largo, un sombrero de copa. A su lado se sienta un anciano, con un mendrugo de pan entre los dedos. Da de comer a las palomas. El hombre se inclina, susurra al oído del anciano, y su cara se tensa de inmediato. Se para, tambaleante, y se aleja, nerviosa y rápidamente. En el espacio dejado en la banca (sí, el hombre está sentado en una banca), se sienta otro hombre vestido de blanco.

-Te esperaba.

-Sé que lo hacías. He estado por aquí, observándote. Te vi echar a ese pobre anciano. Debería darte vergüenza.

-Nunca dejas de hacer chistes, ¿no es así? No importa, vamos a lo nuestro.

-¿Qué tienes para mi?

-Ah, es solo un pequeño objeto de interés. No creas que no me costó conseguirlo. Ese tipo, ese comerciante ucraniano, o algo, era un hueso duro de roer. Hasta que no le mostré partes arrancadas de su cuerpo no me quiso dar la información. Pero nos dijo donde estaba. De cualquier manera, aquí lo tienes.

El hombre vestido de negro alargó una envoltura al otro. Este la abrió levemente, miró en su interior, y sonrió.

-Se ve tan insignificante… ¿Es realmente tan importante?

-¿Qué te hace pensar que es importante? Fue difícil, sí, pero lo fue porque así lo quisimos. Sino no tendría gracia. Nunca ha tenido gracia comprar un perro, menos uno tan fino. Tiene más magia si lo tomas por la fuerza, más aún si amputas unos cuantos miembros.

El hombre de blanco sonrió. Por eso le gustaba su acompañante. Nunca fue capaz de medirse. Era el hombre más morboso que hubiera visto alguna vez. Por eso le gustaba.

-Bien, recibirás tu paga según lo programado.

-Me parece. Tengo que irme ahora, me espera alguna chica en algún callejón oscuro.

El sol estaba a la mitad de su camino en el cielo cuando el hombre del abrigo largo se levantó del banco del parque y se alejó a paso lento. El que se quedó sentado apenas podía contener la dicha. El Jefe estaría muy contento, tanto que quizás le premiaría, quizás le dejaría encapricharse con una de sus criadas. Aún así, no entendía por qué tanto alboroto por un perro. Ni siquiera era uno tan bonito.

Un hombre sentado en el parque lee el periódico. Hay una envoltura junto a él. Una envoltura que se mueve. La gente que pasa se pregunta qué habrá adentro.

2.

-¿Conque un perro? Qué estará tramando el maldito de Wayne…

-Pero jefe, ¿no teníamos un trato con él?

-Sí, teníamos, pero registramos su casa, ¿recuerdas? Obviamente, teníamos que hacerlo, pero él no entiende a razones. Tengo que protegerme lo mejor que pueda, o sé que acabará conmigo. Y hasta ahora todo lo que entiendo es un perro.

-Yo que usted lo mando a matar. Todavía están los Carl, ¿no?

-Los Carl ya partieron, con lo de Reed. Teníamos que borrar la evidencia. Contrario a lo que se pensaría, Reed era de los peligrosos. Gracias a Dios mi primo me dio una excusa.

-¿Quiere decir que todos nuestros matones han muerto en trabajos importantes? ¿Que usted los ha matado para que no hablaran?

-Creo que vas entendiendo como funciona esto, querido Jeffrey. Y, para que lo entiendas mejor…

Balthorf enciende la luz, y él y su sobrino salen de la oscuridad. Estaban sentados en una larga mesa, de unos diez o doce asientos, todos ocupados. En una esquina estaba el jefe, y en la otra Jeffrey.

-Me gustaría, sobrino, que te fijaras en la condición de nuestros invitados.

El sudor frío recorría la cara de Jeffrey. Le habían dicho que su tío era enfermo, pero esto… Esto era demasiado.

-Es… están… mu… muertos…- Tartamudeó.

-¿Hace gracia, no? Así funcionan las cosas por aquí. Necesitábamos borrar la evidencia de las muertes, aunque supongo que esto de los asesinatos se salió de control. Tenemos nueve muertos de nuestro bando, solo por desconfianza. Definitivamente, hace gracia. Pero créeme, esto no es todo.

Se levantó, y fue hacia un minibar cercano. El sobrino no podía concebir que su tío se pusiera a comer ahí, rodeado de cuerpos en descomposición. Y eso era precisamente lo que éste tenía en mente.

-Aquí dentro está mi colección. Verás, siempre sentí una debilidad por los ojos de la gente.

Jeffrey había llegado al límite. Ver a su tío, que siempre había sido tan bueno con él, tornarse en la mente psicópata y enferma que era ahora, rodeado de los cuerpos de sus súbditos, le estaba volviendo loco. Pero verlo acercar el ojo de una de sus víctimas hacia su boca, verlo morderlo y saborearlo, fue algo que no pudo soportar. Su mano se movió inmediatamente hacia la pistola. Le vació el cargador en la cara, y su tío terminó irreconocible.

-¿¡Qué mierda pasa!?- Entraron corriendo a la sala un puñado de hombres. Jeffrey los reconoció. Eran los tipos que se habían metido en la casa de Wayne. Miraron a su jefe muerto y se sorprendieron, pero viendo el resto de la sala entendieron.

-¿Te dio una de sus demostraciones enfermas, no? Te apuesto que hasta hizo eso de comerse el ojo en frente tuyo…- dijo uno de los hombres.

-Imbécil- dijo otro. Tomó uno de los ojos. –Son de mazapán, idiota. Tu tío te estaba jugando una broma. Y lo has matado.

Los hombres sacaron sus pistolas, y apuntaron a Jeffrey. Detrás de ellos se escuchó un ladrido. Entró un pequeño perro corriendo.

-¡Francis!- Dijo Jeffrey – ¡pensé que te había perdido!

Aunque no era exactamente el mismo Francis. Asumiremos como obvio que el anterior no tenía explosivos en el estómago. Explosivos que el mismo Wayne había puesto ahí, y que detonaba en ese momento.

FIN.

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