jueves, 29 de mayo de 2008

Reflexión en sueños

El cielo esperaba. Mientras las nubes le abrían el paso, él se regocijaba pensando en lo felices que estarían los humanos de verle. Cuando tuvo suficiente visión, observó rápidamente lo que había bajo suyo y se sorprendió sobremanera. Todo era fuego y cenizas y ciudades calcinadas y ennegrecidas y campos de flores negras, de luto por la muerte de un mundo. Y el cielo lloró.

Pequeñas gotas comenzaron a caer sobre su rostro, y lo sacaron del sueño. Se levantó lentamente y observó a la tortuga que yacía junto a él. Aquella criatura era todo lo que él era. Lenta, pausada, su hogar estaba con él, era él. Pertenecía al camino. Ambos eran viajeros, sin rumbo, ambos eran tristes y melancólicos y ambos cargaban un peso sobre sus espaldas. El peso de la envidia. Por aquella gente que podía asentarse, formarse, vivir en paz. Ambos sabían que su sueño nunca se cumpliría. El hombre se levantó, escogió una dirección y se alejó, solo, a paso pesado.

Ella se despertó sobresaltada. Agitadamente se dirigió hacia el lavamanos. Se lavó la cara, para despertarse, para olvidar su sueño. Pero la imagen de aquel hombre, de aquel hombre libre, no quería dejar su memoria. “Estoy atrasada” pensó. Se duchó rápidamente y se vistió, mientras pensaba en lo atrapada que se sentía. Necesitaba unas vacaciones. Quizás salir al campo, pasear, olvidar, sin rumbo, algún día. Pero no aquel día. Salió con un portazo.

El cielo despertó, y miró agitadamente a su alrededor. El mundo estaba en calma. “Fue solo una pesadilla”, pensó. “Solo un sueño”.

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