lunes, 24 de marzo de 2008

Narrador con serias conductas psicopáticas.

El silencio de la comisaría fue roto por el penetrante rugir de un teléfono. El comisario de turno estaba echando una siesta en ese momento, y se despertó de golpe.

-¡Ah! ¿Qué? ¿Qué pasa?- Dijo sobresaltado.

-El teléfono- Contestó su compañero.

-Ah, sí, disculpa. Buen día, comisaría…

-¡Señor! ¡Señor! ¡Hay ladrón en mi casa, ayúdeme!- Dijo una voz profunda al teléfono.

-Haga el favor de tranquilizarse, señor. ¿Podría precisarme en qué cantidad se encuentra ladrón?

-Perdón, ha dicho cantidad?

-Si señor, el número de individuos que se encuentran en su hogar.

-Lo siento, no entiendo nada de lo que me dice.

Tomando en cuenta el tope que la ignorancia de este personaje pone en la historia, me he visto obligado a dotarlo con ciertos conocimientos conceptuales básicos que el comisario, inexplicablemente, ya poseía.

-Perdón, señor comisario, creo que acabo de comprender lo que me estaba diciendo.

-Qué bien, ahora puede precisarme la cantidad.

-No, señor, entiendo lo que cantidad significa, pero no podría precisarle una.

-¿Y número?

-No, me temo que no podría precisárselo.

-Rayos. Bueno, creo que nuestra única solución es enviar a todas las unidades disponibles.

-Toda unidad contra todo ladrón. Tiene lógica.

Nuestra comisaría era una enorme, lo que ocasionó que 416 patrullas hicieran rugir sus motores por las calles de la ciudad para encontrar a un solo ladrón, un niño de unos nueve años. Pero esa es otra historia.

Luego de la llamada telefónica, el comisario se giró hacia su compañero

-¿Qué está pasando?

-¿Por qué sabes de números y cantidad?- Se sorprendió cuando las palabras salían de su boca. Se veía en la misma situación que su compañero. Y de pronto lo comprendía.

-¿Qué hacemos hablando así en un mundo sin conceptos matemáticos?

-No lo sé, debo estar soñando…

-No creo que hayan sueños tan complejos. Analízalo, hasta somos conscientes de lo que son las matemáticas y de que nuestro mundo no las concibe. Incluso puedo hablar con singulares y plurales.

-Esto es ridículo,- meditó –casi gracioso. Hilarante. Quizás deberíamos reír ahora.

Comienzan a reír alegres, pero la risa del comisario termina en una nota amarga. La constante pérdida de sentido de la historia había hecho mella en él. Pero lo perturbó aún más la idea de haber pensado en su vida, en su propia situación, como una historia. Vislumbró de pronto a un alumno de unos catorce años, ocioso, en un colegio pseudo-francés, inventando lo que les pasaba, cual titiritero moviendo los hilos de su vida. Sintió su disculpa, le echaba la culpa a un supuesto profesor, y vislumbró la silueta de un hombre alto y moreno. Qué injusto. Bien sabía él que era deber del profesor enviar tareas, tal como el suyo era hacerlas. El comisario se preguntó cómo diablos habían llegado todas esas ideas absurdas a su cabeza. Se respondió en seguida, y la realidad azotó su mundo como una ventisca. Se sentó, al borde de la locura, cuestionando su mundo, su realidad. La creciente comprensión le hizo gritar desaforadamente, cada vez con más intensidad, hasta que su cuerpo no aguantó más y todo culminó en su explosión.

Una explosión.

Muchas explosiones. No sabría precisarlo.

FIN.

Historia del personaje en necesidad de su simio diario.

Mientras la Luna bañaba tranquilamente el suelo con sus rayos plateados, un auto se aproximó al estacionamiento. Se detuvo en la caseta de guardias, justo después de doblar a la izquierda.

- Señor, ¿aquí puedo comprar helados?- dijo el hombre. Su cara era pálida y alargada, y tenía grandes ojeras.

- No, señor. Este lugar es propiedad del gobierno. ¿Puede saberse para qué dobló?

- Si, bueno, yo quería... – Buscó dentro de sí la mejor excusa posible. Su cara se arrugó, concentrada. – Quería dar la vuelta, me equivoqué de sentido.

- Señor, esta calle es solo de un sentido – dijo el guardia. – Voy a tener que pedirle que retire…

- ¡NO! ¡NUNCA! ¡NO VOLVERÉ AHÍ! – Su cara se contorsionó hasta lo más grotesco, y sus ojos se llenaron de fuego.

Salió nuestro hombre del auto, y dio un grito. Fue un grito penetrante, poderoso, estridente, que llegaba hasta el alma. No parecía venir de un ser humano. Era demasiado agudo…

- Señor, tranquilícese, por favor – dijo el guardia, lleno de miedo. – Este es tan solo un criadero de simios del gobierno…

- ¡SIMIOS! – Gimió la voz - ¡Necesito simios! ¡Ahora!.

- ¡Señor, no puedo darle simios! ¡Por favor tranquilícese!

El cuerpo del hombre se comenzó a llenar de fuego, sus ropas llameaban, y comenzaron a quemarse. Tomó al guardia de la chaqueta, y lo lanzó veinte metros hacia dentro del estacionamiento. El guardia se golpeó en la cabeza y cayó muerto. Pero había otro guardia dentro de la caseta, el cual presionó la alarma.

ALERTA, ALERTA, INTRUSO EN PORTERÍA, ALERTA, ALERTA, INTRUSO EN PORTERÍA. El llamado se repitió una y otra vez. El hombre entró con paso firme al criadero, que tenía la forma de un prisma hexagonal de 400 pisos.

Varios guardias se pusieron en su camino, cortándole el paso. El hombre alargó un brazo y los barrió a todos, como si de polvo se trataran. Subió uno, dos, tres pisos, por las escaleras. Tenía que llegar al 47… Y rápido.

Al fin, divisó el número 47. Abrió la puerta. Había un tanque. ‘’Molestos humanos insignificantes’’, pensó. Lo destruyó con su mente, avanzó hasta los simios que estaban flotando en extraños líquidos en tubos de unos tres metros de altura, y consumió uno. Ya estaba tranquilo.

Y ahí mismo, desapareció sin dejar rastros más que destrucción.

FIN.

Eclipse.

El Sol, orgulloso, imponente, se encontraba donde siempre, en el centro del Sistema Solar. 'Debo quedarme aquí' - pensaba - 'Los rumores que corren sobre los humanos son solo eso, rumores. Después de todo, solo son insignificantes creaciones de la Madre'. Pero dentro de su corazón guardaba un extraño pesar, y en el fondo sentía que lo que se decía era cierto. Llevaba mucho tiempo ahí, mucho más que cualquier creación, y sin embargo, estas clamaban poder destruirle. En el fondo, tenía miedo, como nunca había tenido. Y como nunca había tenido miedo, no sabía como reaccionar.

El sol miró en todas direcciones al mismo tiempo, como le era habitual. Y allí, adelante, atrás y a los lados, arriba y abajo, vio pequeños destellos de luz plateados. Eran estrellas, por supuesto, y suspiró por la hermosura del espacio, que no terminaba nunca de admirar. De pronto, notó algo extraño: Una de las estrellas se movía más velozmente que las otras. La observó atento e interesado, olvidándose casi por completo de su miedo. La extraña estrella se hizo más grande, como si se acercara, y luego se alargó tomando la forma de una inmensa y fulgurante cuerda plateada. El Sol se alarmó. ¡¿Qué era aquello?!

Un látigo. Uno tras otro se sucedieron, rodéandolo completamente, e inmovilizándolo. Estaba desesperado. Recurrió a toda su energía e intentó consumir a sus amarras, pero el calor no parecía afectarles. Parecían estar hechas de luz.

Dos naves de tamaño colosal, para el Sol diminutas, se acercaron una a cada lado, sosteniendo todas las amarras con unas grandes garras que salían de la parte superior de éstas. Comenzaron ambas a tirar con fuerza y a desplazar a la Gran Estrella a lo largo del sistema. Naves similares arrastraban una enorme esfera de metal muy pulido y de tamaño similar al Sol y la colocaban donde éste antes había estado.

El solo observaba todo lleno de espanto, pero no desprovisto de interés. La tecnología de estos humanos era impresionante, y quería saber cómo se las arreglarían sin Sol. La respuesta no se hizo esperar. Se dio cuenta de que la esfera de metal estaba formada por múltiples placas más pequeñas, que en un parpadeo se escondiero dentro de la máquina y dejaron paso a unas placas transparentes, que irradiaban una luz cegadora.

'Así que era cierto' - se dijo -, 'he caído. Han logrado inventar una máquina más eficiente que el propio Sol'.

Y así, mientras era destruido, y soltado al espacio, el Sol presenció como el ser humano lo reemplazaba por su tecnología, por su estúpida comodidad, por rayos que no dañan la piel, por poder controlar la temperatura, por poder... POR PODER.


FIN.

Historia.

Es esta la historia del señor Franciscofoníax, gran señor de las tierras del norte, que una tarde decidió hacerse de una fuerte espada que le atormentaba y llamaba en sueños. Salió una mañana de Agosto, según dicen, y una corazonada lo llevó a aventurarse en las gélidas Tierras Altas, donde se decía moraban extraños espíritus. Caminaba él por el borde de un risco, cuando de repente un anciano se le acercó, diciéndole: 'Joven, este no es buen lugar para pasear, pues aquí moran extraños espíritus'.

'Así dicen', respondióle Franciscofoníax, alejándose a paso pesado, y dejando al anciano pasmado en su lugar, para que, segundos después, muriera del cáncer pulmonar que tanto le aquejaba.

Fue así como Franciscofoníax, tras meses de marcha, llegó al borde de un enorme e imponente acantilado, hecho de puro cristal. Entonces dijo en voz alta 'la ficción es realidad, como la realidad es ficción, lo que vemos es solo lo que creemos, y no tenemos por qué creer en lo que no existe. Por lo tanto, fuera de mi camino, orgulloso acantilado, porque no quiero creer en ti y para mi no existes'.
Se oyó un fuerte crujido y un ruido lejano parecido a 'NO ENTIENDO!!! DE QUE ME ESTÁ HABLANDO!!!', y luego de un destello cegador, el gran acantilado había desaparecido y en su lugar había, a la altura de Franciscofoníax, un campo florido y hermoso, con una espada resplandeciente en un trono justo en el centro. Y la espada dijo: 'Yo soy Dios, y tu eres mi hijo, Jesús, y te llevaré al cielo conmigo'. Y Franciscofoníax dijo: 'Me habla a mi? Me habrá confundido con otro'. 'No, solo mi hijo puede superar el acantilado'.
Y entonces, Franciscofoníax despertó, con un fuerte dolor de cabeza y un solo pensamiento: 'Soy un desonhesto, y ando soñando con ser el hijo de Dios'.
Entonces miró a su amante, Isaura, y le dijo: 'Amor, cuando miro la luna, y veo tus ojos, encuentro un parecido pasmante'. E Isaura contestó: 'Eso es, mi amor, porque yo soy la Luna'. E Isaura se alejó flotando hasta desaparecer en el oscuro cielo nocturno.

FIN.







































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