lunes, 24 de marzo de 2008

Historia del personaje en necesidad de su simio diario.

Mientras la Luna bañaba tranquilamente el suelo con sus rayos plateados, un auto se aproximó al estacionamiento. Se detuvo en la caseta de guardias, justo después de doblar a la izquierda.

- Señor, ¿aquí puedo comprar helados?- dijo el hombre. Su cara era pálida y alargada, y tenía grandes ojeras.

- No, señor. Este lugar es propiedad del gobierno. ¿Puede saberse para qué dobló?

- Si, bueno, yo quería... – Buscó dentro de sí la mejor excusa posible. Su cara se arrugó, concentrada. – Quería dar la vuelta, me equivoqué de sentido.

- Señor, esta calle es solo de un sentido – dijo el guardia. – Voy a tener que pedirle que retire…

- ¡NO! ¡NUNCA! ¡NO VOLVERÉ AHÍ! – Su cara se contorsionó hasta lo más grotesco, y sus ojos se llenaron de fuego.

Salió nuestro hombre del auto, y dio un grito. Fue un grito penetrante, poderoso, estridente, que llegaba hasta el alma. No parecía venir de un ser humano. Era demasiado agudo…

- Señor, tranquilícese, por favor – dijo el guardia, lleno de miedo. – Este es tan solo un criadero de simios del gobierno…

- ¡SIMIOS! – Gimió la voz - ¡Necesito simios! ¡Ahora!.

- ¡Señor, no puedo darle simios! ¡Por favor tranquilícese!

El cuerpo del hombre se comenzó a llenar de fuego, sus ropas llameaban, y comenzaron a quemarse. Tomó al guardia de la chaqueta, y lo lanzó veinte metros hacia dentro del estacionamiento. El guardia se golpeó en la cabeza y cayó muerto. Pero había otro guardia dentro de la caseta, el cual presionó la alarma.

ALERTA, ALERTA, INTRUSO EN PORTERÍA, ALERTA, ALERTA, INTRUSO EN PORTERÍA. El llamado se repitió una y otra vez. El hombre entró con paso firme al criadero, que tenía la forma de un prisma hexagonal de 400 pisos.

Varios guardias se pusieron en su camino, cortándole el paso. El hombre alargó un brazo y los barrió a todos, como si de polvo se trataran. Subió uno, dos, tres pisos, por las escaleras. Tenía que llegar al 47… Y rápido.

Al fin, divisó el número 47. Abrió la puerta. Había un tanque. ‘’Molestos humanos insignificantes’’, pensó. Lo destruyó con su mente, avanzó hasta los simios que estaban flotando en extraños líquidos en tubos de unos tres metros de altura, y consumió uno. Ya estaba tranquilo.

Y ahí mismo, desapareció sin dejar rastros más que destrucción.

FIN.

No hay comentarios: